Intreresante artículo de Ramiro Villapadierna

El «fortissimo», más suave por favor


La orquesta avanza sobre el pentagrama y, observando de reojo el símbolo de «ff», ahí donde el director hace ademán de llamar a sus músicos a rebato, éstos van a tener que colocarse pronto tapones en los oídos antes de atacar el «fortissimo». Aunque los funcionarios de la Comisión Europea no han estudiado necesariamente música, a resultas de su afán regulador el tal «ff» corre camino de reducirse a «f» y, por tanto, el «forte», a «mezzo-forte», que deberá verse corregido a un «mezzo-piano», y éste al «piano». O sea que el «fff» o «forte fortissimo» con que arrolla Furtwängler en su famosa «Novena» de Beethoven o el «fortissimissimo» agudo grande y en punta que pedía Toscanini a Renata Tebaldi, podría llevarlo a uno a comisaría.

«Oiga, le estaba pidiendo un fortissimo, no un molto fortissimo», le espetó Toscanini a un trombón, que harto de las exigencias de mayor vigor, acababa de soplarle al maestro casi en la oreja durante un ensayo de la Filarmónica de Nueva York. El caso es que los directores «parecen conocer varios grados de fortissimo, pero siempre más bien por arriba que por abajo», argumenta la gerente de la Sinfónica de Berna, Marianne Käch, donde hace días los músicos interrumpieron el estreno de «Wozzeck», de Alban Berg, por diferencias irreconciliables sobre el volumen que les exigía el director.
Hubo que instalar mamparas absorbentes para seguir y es que parece que el implacable papel climático del «fortissimo» no sólo está dañando los oídos de los músicos, tras cientos de ensayos y pases, sino que ahora va contra la nueva regulación en materia de ruido de Bruselas. Desde luego las sinfonías de Mahler, pueden caer en desuso.
Parece que hace doscientos años había menos ruido pues no aparece en partitura alguna nada por encima del «ff». Pero a partir del 1800 y con el romanticismo la música empezó a subir de volumen. Está dinámica del «gran sonido» toca a su fin y la primera víctima ha sido «Estado de sitio» de Dror Feiler, que debía ver su estreno mundial el pasado día 4 de abril. Como ha declarado Trygve Nordwall, gerente de la Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara, tras alcanzar los 97,4 decibelios durante el ensayo, la pieza ha sido retirada de programa «no por motivos artísticos sino regulatorios».
«No me han dejado opción», dijo tras ver rechazada la posibilidad de tocar más suave o usar tapones de alta tecnología, como los músicos de rock. Ésta ha sido hasta ahora opción intocable entre músicos clásicos que dicen no expresar la misma calidad con tapones: «ensayar con tapones es como si Schumacher tuviera que entrenarse al volante con los ojos vendados».
El músico crea su propio ruido
La regulación exige proteger a los empleados de un ambiente de trabajo ruidoso, fijado en 87 decibelios, algo por debajo de un martillo pilón. Pero el director de la Association of British Orchestras se queja de que «estas regulaciones son para obreros que padecen un ruido externo fácilmente regulable. Pero el músico es el que crea su propio ruido». Algunas orquestas espacian sus ensayos y los musicólogos asumen que están alterando ya sus futuros programas, intercalando piezas suaves, y hasta los compositores se verían sometidos a regular sus arrebatos sobre el pentagrama.
Orquestas como la de la National Opera de Londres examina previamente las piezas, para indicar de antemano a los músicos cuando deben ponerse unos tapones de alta tecnología. Y en Alemania la medida fuerza a los teatros a instalar medidores entre los músicos, moverlos o instalar pantallas que proyecten por encima los excesos, pues siempre fue una lata para la pobre viola que le toca la tuba detrás.

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